• El arte, la gloria, la libertad se marchitan, pero la naturaleza siempre permanece bella. Lord Byron
  • La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia. Sócrates
  • La belleza de las cosas existe en el espíritu del que las contempla. David Hume
  • De las nubes más negras, cae agua limpia y fecunda. Proverbio chino

jueves, 1 de abril de 2010

¡ SE ACABÓ !

Y nunca mejor dicho.
Sí, hasta con exclamación, se acabó el cursito del Ecyl que mira que ya me tenía ¡¡HARTA!!.
Aprender... por supuesto, siempre se aprende, pero he acabado realmente cansada.
Ahora, en estos momentos, no deseo que nadie me hable de cursos que 700 horas, total para conseguir que te den un diploma al que supuestamente sólo tienen acceso los "aplicados" y los "asidúos". Pues no, no es verdad. El diploma en cuestión lo puede conseguir quién quiera, salvo que faltes muuuuchíiiiisimos días o que seas un auténtico vago.
La verdad es que el último mes me ha resultado muy cuesta arriba, básicamente porque la desorganización ha sido total: ordenadores que no iban bien, material que no llegaba, programas educativos que palmaban y medio funcionaban. Un auténtico desastre. Ha habido, algún día, que no he hecho, básicamente, nada.
Bueno, pues como ya tengo mi gran diploma, supuestamente, dice el personal docente, mis perspectivas de encontrar un curro han debido ampliarse enormemente, por eso orgullosa de mi hazaña me he encaminado al Ecyl con el papelito para inscribirlo en mi curriculum, mi tarjeta de demanda para que vean que existo y ¡ venga ! a figurar de nuevo como un parado, de los que entran en las encuestas, es decir, de los de verdad según el Sr. Corbacho.
Mientras tanto los días siguen pesando como losas y ya van 8 meses completitos cobrando paro. Pensaré que aún me quedan 16; mientras tanto cruzaré los dedos, pondré perejil a S. Pascasio y seguiré gastando parte de mi sueldo en folios, sobres y sellos.
Mi próximo paso, de seguir así, va a ser, aunque no me hace ninguna gracia, apuntarme en las ETT para conseguir algún trabajo en precario. Creo que los curritos volveremos a trabajar por cuatro duros; se acabaron los buenos sueldos para los que no hemos podido conservar nuestros anteriores puestos de trabajo. Dentro de poco sólo los más mayores, los que, repito, mantienen sus antigüos puestos de trabajo y los funcionarios, ganarán sueldos razonables y justos; los jóvenes y los que perdimos el tren sólo podremos acogernos a las sobras que serán pagadas con auténticas limosnas, realizaremos horarios vergonzosos, y gozaremos del NO apoyo sindical y encima sin derecho al pataleo por si viene otro y te quita el puesto.
Y mientras tanto la casta política pensando en subirme los impuestos y consintiendo en que, a partir de hoy, me cueste más calentarme, asearme y poder llevarme algo caliente al estómago.

4 comentarios:

Una mirada... dijo...

Setecientas horas de cursillo se hacen -tienes razón- IN-TER-MI-NA-BLES. Si, además, no se tiene mucha confianza en que, una vez concluidas, se abra la posibilidad de un trabajo, todavía han de resultar más duras.

Por otra parte, entiendo que verse en la tesitura de optar a un trabajo de menor cualificación profesional, no es el "sueño" de quien se siente preparado o preparada para ejercer el suyo propio... Lo peor, que con la que está cayendo, no se puede elegir. Es el temible "lo tomas o lo dejas".
No recuerdo ahora mismo si ya conté una anécdota sucedida en un hipermercado -si es así, sorry por la repetición-. En cierta ocasión un encargado -el jefe de personal o similar- de un Mercadona se dirigió a gritos a la dependienta de la secciónn de perfumería y cosméticos humillándola delante de la atónita clientela. A la muchacha le corrían las lágrimas y algunos clientes reconvinieron al hombre por sus malos modos. Cuando la cosa pareció calmarse, alguien le aconsejó a la muchacha que denunciara en magistratura el mal trato recibido y varias personas le aseguraron que ejercerían de testigos si era necesario. La joven dependienta dio las gracias pero se negó a plantear cualquier demanda porque, dijo, "si yo me voy a la calle hay diez detrás de mí para ocupar el puesto".

Ya sabes que cuentas -aunque en la práctica no sirva de nada- con mi solidaridad.

Esperanza dijo...

No, Mirada, no me habías contado la "anécdota" pero comprendo perfectamente a la empleada.
Agradezco tu apoyo ya que, aunque no te lo creas, eres de las pocas personas que se han solidarizado conmigo, incluidos los que se denominan "amigos". Y es que es en los momentos difíciles de la vida es cuando se descubre la cara real y auténtica de las personas, ahora eso sí, yo "pa lante", sonriente, con "ganas" de pasarlo bien... el caso es que no se note lo que llevo por dentro, porque sé que si lo sospecharan se alegrarían, más aún si cabe, de mi desgracia. Y lo que te cuento es una gran verdad, el ser humano es muy pero que muy retorcido.
Lo que más me indigna, es que esos que se alegran de mi desgracia tienen la vida resuelta y NUNCA han pasado por ésto y jamás pasarán.
Pero como la felicidad nunca es completa, pues yo no tengo curro o no tendré, no lo sé, pero tal vez a ellos les juege una mala pasada la salud, la familia... Nunca se sabe. Dice el refrán que "a todo cerdo le llega su S.Martín". Pues eso. (Furiosa estoy hoy)¿se nota?

Una mirada... dijo...

La solidaridad es una actitud para la que se precisa escaso esfuerzo para asumirla; es suficiente con mirar alrededor para descubrir que cada ser humano forma parte del yo personal. Ni siquiera hay que vivir en carne propia situaciones negativas para entender la desdicha ajena.

¿Qué hay gente retorcida…? Por supuesto. Pero, quizás, abunda más la gente incapaz de sentir empatía que la gente de ideas malévolas.
En ocasiones, cuando nuestros asuntos no van como debieran, nos asombra y enoja que el mundo siga girando, que ni siquiera el Sol se detenga a nuestro lado para darnos una palmadita de ánimo. Se nos echa encima la furia que repartimos contra todo y todos, pero nos olvidamos -como escribía aquella muchacha sordociega que fue capaz de descubrir maravillas en su mundo de silencio y oscuridad- que, muchas veces, el llanto por los zapatos que no tenemos nos impide descubrir que hay otras personas que carecen de pies.

Recréate, pues, en todos esos detalles que te oxigenan el espíritu -el cariño de los tuyos, los paisajes que descubres- y evita angustiarte más allá de lo estrictamente necesario. Y, si es preciso, sé cortante con quienes, incapaces de reflexionar, muestran su cara cínica. Pero no consientas que la excesiva concentración en aquello que te afecta horade la estabilidad de lo cotidiano que te hace feliz.

Un abrazo, Esperanza. Y a tirar p’alante.

Esperanza dijo...

Gracias por tu buen consejo, Mirada.