(Foto: vistas desde la cima, en la llanura la carretera N232)
En Oña, dejamos el coche detrás de la casa cuartel de la Guardia Civil, (normalmente, ahí, siempre hay aparcamiento). Comenzamos a andar bordeando el Oca, adentrándonos en el desfiladero.
La ruta está bien señalizada. Son 14 Km ida y vuelta sin demasiadas complicaciones, salvo un pequeño repecho a medio camino.
Hoy hemos salido un poco tarde de casa, es una de las ventajas de ir solos. Y en el fondo yo lo estaba deseando, últimamente me encuentro muy receptiva a comentarios inoportunos que tengan como base de la discusión el tema empleo, el tema paro o el tema sueldo. Comprendo que, en estos momentos, resulta inevitable no hablar de todo ello, pero el problema, es que también he comprobado que las personas por muy amigas que dicen ser, pues resulta que muestran muy poca empatía con una; por lo tanto... mejor sola. Eso es lo que me apetecía el día de hoy.
Y como siempre me ocurre en estos casos, he podido disfrutar de grandes momentos de soledad como consecuencia de mi lento y tranquilo caminar.
A solas con mi mente, la he dejado en blanco, escuchando, en un primer momento el sonido de lo que se me antojaba un rebaño de ovejas en la lejanía, pero que cuándo llegué descubrí que eran vacas, toros y demás parentela. Allí estaban mirándonos y sin perdernos de vista perfumando el ambiente enfangados en su particular
ciénaga.
Dejamos la fábrica de perfumes varios y nos dirigimos a la izquierda para adentrarnos en un bosque, algo calvo, pero bosque al fin y al cabo, de pinos.
Una prolongada pero suave subida nos lleva hasta el refugio de Pociles. Acondicionado para pasar un día de campo o para dormir bajo techo.
Y ahora comienza lo más duro de la ruta, aunque tampoco es para tanto.
Y fue aquí dónde mi tranquilidad espiritual dejó paso a un recuerdo amargo vivido días atrás y que jamás podré olvidar.
El camino estaba plagado de manchas de sangre, que pudieran ser de algún animal que los cazadores hubieran bajado. Era una sangre aún fresca, tal vez de esa misma mañana. Entonces volvió a mi mente.....
Fue el viernes. Salía junto con B. de comprar y su perrita, una yorkshire, la recibió con todo tipo de celebraciones, ladridos, saltos. Me alejé de ellas. A los dos segundos, desapareció, un golpe seco y una gemido fueron un mal presagio. Volví con B. y pregunté. Allí estaba el animal, un coche la había pillado; le había dado un golpe en la cabeza y estaba tumbada sobre un charco de sangre, sus ojos en blanco y sus patas convulsionaban.
Este acontecimiento hizo que recordara lo que jamás se me debe olvidar: vida solo hay una y en un segundo todo puede cambiar, por eso hay que aprovechar el momento, porque en una hora, en un segundo, la realidad puede destrozar ilusiones, esperanzas y futuro, tuyo y de los que te rodean.
Decidí retomar las buenas sensaciones que hasta ese momento llevaba y me centré en los sonidos. Ahora que habíamos tomado bastante altura oía aviones; y es que mirando al suelo para no tropezar en alguna de las piedras, no me había dado cuenta que me encontraba bajo los cables de alta tensión hasta que llegué a una de las torres ¡ vaya como suenan !; y luego las chicharras, también sonido provocado por la corriente eléctrica.
Y ya en Alto Miradores una vista espléndida. Abajo de frente, la carretera que nos conduce a Trespaderne, por la derecha, Cillaperlata y al fondo a la izquierda la Bureba. Precioso y eso que el día no estaba demasiado claro.