Aunque el pronóstico del tiempo anunciaba lluvias al 80% de probabilidad, mi deseo de caminar por el campo es más fuerte que cualquier pensamiento racional.
En Espinosa de Cerrato tomamos el camino que conduce hasta la ermita de San Ginés y detrás de ella comienza la señalización de la ruta.
Nos adentramos en el sabinar, aunque al principio lo más impresionante eran los robles, grandiosos.
Tal vez la conversación o el entretenernos haciendo fotos, o tal vez que las señales estuvieran borradas, no lo sé, pero nos perdimos. Fue sencillo salir de allí. Nos situamos frente al alto de Cervera sabiendo que teníamos que salir al encuentro de la carretera que va a Ciruelos de Cervera. Al poco volvimos a dar con las señales. Cruzamos la carretera de Silos y tomamos el camino de la ermita de Talamanquilla. El resto de la ruta está muy bien señalizada.
Cuando estábamos a punto de culminar la ascensión al Alto El Picacho, arreció el viento y nos trajo consigo un buen chaparrón. Nos cobijamos repartidos por las sabinas, cada cuál como pudo.
A pesar de la inclemencia del tiempo me encaminé a la cumbre para buscar las marcas.
Sólo pude ver a mis pies la carretera de Silos. La lluvia era tan densa que no dejaba ver absolutamente nada del valle.
Me alegré de haber subido sola, pues ya había escuchado rumores de "deserción" sin haber llegado, aún, a la mitad de recorrido, y yo no estaba dispuesta a que la lluvia me fastidiara el día. Me limité a indicar cuál era la ruta a seguir sin hacer ningún otro tipo de comentario.
Empredimos la marcha. Paró la lluvia y llegamos a la ermita de Talamanquilla con un kilo de barro en cada bota.
Entramos, en la que creo sería antigüamente la casa del santero, y comimos resguardados de la, en aquel momento, fina lluvia y sobre todo del viento.
Era tanta la humedad que llevaba encima que ni el café bien caliente me hizo entrar en calor. LLevaba el gorro de lluvia empapado y el chamarro escurría el agua hacía mis pantalones que a esas alturas del día, estaban mojados. Por la mañana fui tan inteligente que olvidé coger el poncho y las polainas para el agua ( ¡¡¡¡ en casa estaban bien,!!!!) y encima dejé los guantes de montaña (¡¡bien!!, a esto se le llama ser inteligente). Me puse la bufanda, la braga envolviéndome las manos, el pasamontañas a modo de gorro tapándome las orejas y ni así entraba en calor. ¡ Qué mal!.
Reanudamos el camino. Frente a nosotros una subidita "interesante", temible cuando el estómago está lleno y el cerebro está más preocupado en la digestión que en el esfuerzo físico.
Pero mereció la pena al contemplar el paisaje. Pinares, sembrados, S. Carlos, Carazo y el cielo ¡ despejándose!.
Un breve paseo por aquella cornisa y la bajada hacia el Arroyo del Prado.
¡Bueno, bueno!, lo que teníamos frente a nosotros. Yo cuando lo ví me quedé pasmada. Fuerte subida, se me antoja que sobre un ángulo de 45º la pendiente no bajaba de 38º o 40º, con piedra suelta y en mi mente el mal recuerdo que me dejó la ascensión al Pico Valdosa.
Decidí quedarme la última. Estaría más cómoda. Desenganché mi "cuarta pierna" de la mochila, respiré profundo y me concentré en subir lo más rápidamente posible sin parar, sin mirar a nada que no fueran mis pies y buscando los laterales dónde había algo más de vegetación. Era problema mental, yo lo sabía; mi forma física está mejor que nunca y aquello no era para tanto. Eso mismo lo he subido, en otras ocasiones, pero pisando hierba.
A medio camino alcanzé a As., que se quejaba de cansancio. No quise hacerle caso para evitar desconcentrarme, pero la esperé; sin querer, al mirarla, volví la vista atrás, ¡ qué sudor frío!. Allí se quedó; volví a mi tarea que ya era bastante. ¡ Lo conseguí !. Me adentré unos 5 metros en el bosque y esperé a As.. Mientras tanto, y de manera inconsciente, me puse a pensar: después de aquello ¿ sería capaz de volver a intentar el Valdosa? Puede que sí; tal vez. Cuando se recuperó terminamos juntas el resto de la subida.
Una nueva bajada y entramos en el desfiladero del arroyo Mayor.
A tan sólo 2 kilómetros del final una nube negra bien cargada de granizo descargó sobre nosotros y nos volvimos a resguardar en las sabinas. Diez minutos y todo acabó.
Un total de 15 kilómetros muy bonitos.
Si no fuera por la lluvia ¿qué nos haría recordar esta salida?. Siempre tiene que ocurrir algo especial y hoy fue el tiempo. Pero disfrutamos y eso es lo importante.
1 comentario:
Qué experiencia magnífica y qué valientes! Me encanta tu forma de narrar. Un abrazo
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